La construcción personal sobre el significado de desinstitucionalización, puede comenzar por considerar la etimología de la palabra; el prefijo “des” significa no, y la palabra institución, derivado del origen etimológico de institutio, que significa “educación”. Entonces el cuestionamiento surge, ¿Qué debemos desaprender (o no aprender) según lo que nos propone la etimología de la palabra desinstitucionalización?, y el intento de respuesta comienza a asomarse.
El prefijo “des” no significa negar la institución, negar aquello que construye subjetividad, significa re-construir y cuestionar ciertas implicaciones, esquemas y parámetros derivados de lo institucional, que se consideran como valores absolutos. De esta manera, considero que la desinstitucionalización no significa negar la dimensión institucional del sujeto, sino que implica re-conocerla o reconstruirla.
Las diversas instituciones, como los hospitales, las cárceles, los manicomios, etc., se conciben por la sociedad como lugares al servicio del orden y la defensa del hombre, pero, como se cuestiona Basaglia, al servicio de qué hombre; del hombre que debe ser o del hombre que es. Emergen entonces los parámetros institucionales que deben desaprenderse. La función de la institución se presenta como una simple contención de las desviaciones, y por tanto al servicio del control y defensa de la “norma”, donde se ejecutan los crímenes de las necesidades del hombre real; es decir, particularmente en el asilo manicomial se ejecuta el crimen de la necesidad de la cura, originándose un efecto paradójico, la institución enferma. Sin desaprender ciertos supuestos, la violencia institucional continúa concretando los crímenes de las necesidades del hombre real al servicio del orden, excluyendo lo diferente, lo desviado, exclusión que produce un estigma. El nuevo aprendizaje invita a ver lo diferente como producto de las características del contexto histórico-social que transita, ver, por ejemplo, a la persona con sufrimiento mental, no como algo escindido y arbitrario, sino como producto del funcionamiento de la sociedad en la que surge.
Considero entonces que la desinstitucionalización, implica un cambio progresivo que se dirija a un tipo de institución distinto al violento, segregante y totalizador, que considere los distintos aspectos de la persona, y no se ejecute una reducción a la categoría, en el caso de una institución manicomial, de “todo enfermo”, eliminando, de esta forma, la historicidad y despojando tanto de sus rasgos distintivos y de sus derechos a los individuos.
Estas consideraciones se reducen a la desinstitucionalización como concepto, pero el rasgo activo y vivo del mismo, nos traslada a las acciones necesarias para ejecutar efectivamente este “nuevo aprendizaje”, poner en acción el concepto implica una amplia participación de los actores sociales, porque las instituciones son una construcción artificial, y como tal, son un producto histórico-social. Desinstitucionalizar no significa negar las instituciones, porque implicaría, en el caso de las enfermedades mentales, negar la enfermedad así “como los manicomios niegan la locura encerrándola” (9), implica desaprender lo institucional segregante y totalizador, y crear nuevas alternativas, maneras superadoras del castigo y vigilancia, que se dirijan al respeto y restitución de la integridad del individuo.